Ducha fría para las empresas
Casi un año después de que la UE levantara el veto de importar conservas de atún desde Tailandia, las empresas gallegas del sector siguen reclamando a los responsables de este organismo que se aplace la medida, como ya había ocurrido en el año 2008. Por aquel entonces se les concedió la prórroga a causa de la gestación de una crisis que, para este caso en particular, supondría un paréntesis en el que poder mejorar sus infraestructuras y así hacer frente a la supresión de aranceles que viene de entrar en vigor.
Pero cinco años no fueron suficientes para que las conserveras se decidieran a dejar el agua caliente de una ducha larga y demasiado cómoda. Ahora, de pronto, se agotó el gasóleo de la caldera y el impacto se vuelve mucho más brusco.
Por eso, de acuerdo con cardiólogos o incluso dermatólogos, desde Xedega insistimos en los beneficios de una ducha de agua fría de vez en cuando, tanto mejor si es por voluntad propia que forzados por las circunstancias. Abrirse a otras opciones, escuchar nuevas formas de pensar, contemplar el futuro como una oportunidad más que como una carga… Todas estas sensaciones, esa agua templada que ponga la piel de gallina, harán en primer lugar que, como organismo, la empresa se sienta viva. Y, en segundo, que empiece a ser capaz de calibrar las reacciones que pueda experimentar cuando el agua salga todavía más fría, cuando las condiciones del mercado la obliguen a cambiar o no le quede más remedio que hacerlo para asentar las bases de un futuro que potencia cada día sus posibilidades.
El agua fría como previsión
Pero, como en una extensión de la facilidad natural de acomodarse a lo bueno, las empresas que no se atreven a bajar la temperatura de su agua solo se darán cuenta de lo beneficiosa que resultaba su situación una vez la tengan que abandonar por la fuerza. En este sentido, el agua templada no sólo servirá para hacerse a la idea de los peligros, sino también para tomar conciencia de una coyuntura favorable y saber mantenerla mediante la evaluación de sus deficiencias y fortalezas para poder aplicarlas a los momentos en los que no abunde el gasóleo.
En definitiva, sin pretender someterse al impacto que puede suponer semejante choque de temperatura, hacerlo sí será útil para cambiar una mentalidad cortoplacista cada vez más extensa, y también para percibir la capacidad que todos tenemos para poder influir en nuestro entorno desde la perspectiva de intrusos que llegan ya curtidos y acostumbrados a baños helados.
Un chorro de responsabilidad
Por eso, este simple gesto, este cambio de enfoque que todos pueden llevar a cabo cada mañana durante un par de segundos, resulta también un acto de responsabilidad individual hacia un mayor conocimiento del entorno y una mayor tolerancia y capacidad de adaptación hacia los elementos más desconocidos. Bajar la temperatura mientras podamos supondrá retrasar la recompensa, pero también un paso definitivo para conseguir asegurarse de que, en efecto, esa recompensa estará ahí. Todo un ejercicio de ver más allá del horizonte más inmediato para, además, aprender a disfrutar del camino hacia uno más lejano pero también más nítido.